LA CASA ALTA
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Las luces se movían en el interior negro de la casa como poderosas luciérnagas.
Por una extraña razón, tal vez por el accidente con las palomas, la visión de aquellas, inesperadas luces produjo en los hombres un efecto paralizante.
- ¿Qué es...? - preguntó Raúl.
- Tal vez es José... - dijo Carlos.
- ¿En el oscuro? ¿Y que puede estar haciendo? - preguntó Jorge.
- Una sola cosa... revisando nuestras cosas - sentenció Eduardo. Y al segundo acotó - Aunque... no creo.
- No... - dijo Jorge - No parece ser... ése tipo de personas.
- Entonces son ladrones... - dijo Eduardo amartillando su escopeta.
- Hay una sola forma de saber - dijo Carlos poniendo una mano en el pecho de su compañero para evitar que cometiera un acto de torpeza y silvó.
Las luces cesaron de moverse por unos segundos y alguien respondió con otro silbido muy similar.
- ¿Lo ves? ¡Debe ser José! - dijo Carlos y volvió a silbar.
Las luces parecían que se movían con más fuerza y ésta vez hubo cuatro silbidos de respuesta.
- Está acompañado... - comentó Jorge.
- Si es Jorge... - dijo Eduardo llevando la escopeta hacia el hombro - Puede haber venido con su hijo. Silvalo otra vez.
Carlos tomó aire y ésta vez con los dedos de ambas manos en su boca volvió a silbar.
Desde la casa se escuchó un silbido largo como respuesta y un coro casi siniestro de risas lo acompañó. Luego cesaron las luces y los silbidos también.
Los hombres se miraron. Si era José, tal vez, estaba tratando de hacerles una broma, aunque no parecía ser del tipo de ésas personas. José era un lugareño, nacido y criado en el monte. Sabían por otros que su madre lo había traído sola a éste mundo durante una noche de tormenta. De manos callosas y rostro arrugado por los fríos, serio, reservado y educado, más bien respetuoso; gente como él, ya no se veía en la ciudad. Había vivido en la casa Alta hasta que sus padres habían muerto y él se había hecho la propia más cerca de la ruta nacional. La casa Alta la usaba para ganar unos pesos, alquilándola a turistas, cazadores de palomas, principalmente. Otros decían que vivía cerca de la ruta, porque las visiones de extrañas luces en el monte habían asustado a su mujer y sus hijos pequeños.
Para otros eran solo leyendas, cuentos de miedo que se repetían, en las noches de tormenta, sin medir las consecuencias y agigantando algunos detalles.
Después de varios minutos de marcha, los hombres llegaron a la casa. No había nadie. Nadie que silvara ni que sostuviera una linterna. Nadie que hubiera estado hurgando en sus bolsos y pertenencias. Nadie.
Recogieron sus cosas, subieron a la camioneta y partieron. Condujeron cerca de 8 horas en plena noche cerrada. Prefirieron el peligro de chocar con un animal suelto a que aquellas luces, que todos habían visto sin duda alguna, les hicieran "otra visita".
FIN
Nota final: La historia es real. Los nombres de los cazadores han sido cambiados.
¿Les gustó? Espero sus comentarios. Mañana si Dios así lo quiere... habrá otro relato para que disfruten. ¡Hasta la próxima!
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