LA CASA ALTA - 2 -
LA CASA ALTA
2
Cuando habían hablado con José, el dueño de la casa, les había encarecido, casi exigido que no volvieran tarde. Allí habían dejado mochilas, bolsas de dormir y víveres secos. Eduardo había opinado que estaba bien, que 8 horas en el monte bastarían para hacerse de unas buenas piezas y Carlos le había preguntado si había otros cazadores en la zona; un encuentro casual de dos grupos en otra época y lugar había terminado en un pequeño tiroteo con varios heridos, al pensar, unos de otros que se trataba de ladrones que venían a asaltarlos.
Ahora, los cuatro caminando a la par, comentando una y otra vez las bromas de la oficina de la semana y de la jornada y con una corzuela pequeña como único, pero espléndido trofeo los cuatro habían olvidado aquella recomendación y el tono lúgubre con el que les había hablado.
Eduardo traía en una bolsa al animal de más de 8 kilos y a pesar de ser el más fuerte de los cuatro debía hacer un gran esfuerzo para seguirles el paso.
- ¡Hey! ¡A ver si alguno me ayuda!
Pero no recibió respuesta alguna.
- ¿Y te acordás cuando a la chica ésa se le perdieron los papeles ésos? ¿Te acordás? - dijo Jorge.
- ¿Cómo no me voy a acordar? Nos hicieron dar vuelta media oficina... - contestó Raúl levantando una pequeña rama del camino y tirándola con fuerza a un costado.
- ¿Y dónde estaban los papeles? - preguntó Jorge.
- ¿Dónde va a ser? ¡En su escritorio! - replicó Carlos - ¡Hasta yo me enteré de todo!
- ¡Qué locos! ¿no? - dijo Jorge.
- Sí... a ver si se cambiamos de tema que vinimos acá para olvidar un poco la oficina... no para recordar cada cosa que hicimos... - dijo Carlos.
- ¡Hey! ¿No me piensan ayudar? - gritó Eduardo un poco rezagado.
- ¡Nos olvidamos de Edu! - dijo Jorge como arrepentido del error que habían cometido involuntariamente.
- ¡Ahí voy Eduardo! - dijo Carlos apresurándose a volver para auxiliar a su compañero.
- Dale que está pesado... muy pesado...
- Sí... y eso que era un animal pequeño... cuidado con los dedos de la mano - le dijo mientras le recibía la bolsa.
La noche había caído ya sobre el monte. Un paisano del lugar diría que un poncho negro parecía cubrirlo mientras una brisa helada movía las pajas bravas que habían nacido entre las piedras.
- Y se hizo de noche ¿no? ¡Y qué rápido! - dijo Raúl.
- Yo creí que en el campo se tardaba un poco más que en la ciudad - esgrimió Jorge.
- A veces si... depende del horizonte - dijo con dificultad Eduardo.
- ¿Y la casa? ¿Dónde está la casa? - preguntó Carlos aferrándose a su escopeta deportiva.
- Está por ahí... falta un poco más de camino. No te quejes - dijo Eduardo.
- No me quejo. Solo que tengo hambre y sed. Además ¿cómo estás seguro de vamos por el camino correcto?
- Por ese árbol torcido por ahí. Lo puse como marca cuando salimos de la casa.
Carlos miró a su alrededor. Para él, todos los árboles parecían torcidos y desnudos, secos como piedras. Al llegar al árbol, un terrible estampido los hizo agacharse hasta el suelo. Cuatro palomas habían tomado la repentina decisión de salir volando cuando ellos pasaban por el sendero. El estampido había sido el ruido de sus alas.
- ¡Maldición! - gritó Carlos.
- ¿Qué esto? - preguntó Raúl.
- Son las palomas... - dijo Eduardo - Se asustaron por algo...
- Por nosotros... - comentó Jorge y al segundo preguntó casi con miedo - ¿Fue por nosotros verdad?
- Sí... tranquilo... fue por nosotros ¿por quién más? - lo tranquilizó Eduardo.
- Yo por lo menos me pegué un susto... enorme - dijo Carlos.
- ¿Y eso? - dijo Raúl señalando hacia adelante.
- Eso es la casa. Ya llegamos - dijo Eduardo.
- ¿Pero quién está en la casa? - dijo Jorge.
La casa estaba completamente a oscuras, pero en el interior había luces que parecían iluminar las ventanas por momentos y después las dejaban completamente negras.
Mañana... Si Dios quiere... continuará...
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