BOSCATTO

-1-

     La cuidad parecía Venecia, solo que sin los pintorescas góndolas y algún gondolieri solitario cantando "Santa Lucía" para dos turistas americanos.  
     Primero había habido truenos como para pensar que se trataba de las trompetas del Apocalipsis y luego había llovido cerca de una hora sin parar. Las calles de casi toda la ciudad eran ríos de distinto caudal; las avenidas parecían afluentes del Amazonas y en los barrios más antiguos, cualquiera que se decidiera a salir podía recibir el consejo de: "Lleva tu canoa propia".
      Boscatto, había salido tarde de trabajar y estaba empapado hasta los huesos. Tratando de evitar las calles con mucho caudal que hubieran dificultado su marcha con la bicicleta y había subido por diagonales y bajado por pasajes hasta llegar nada más y nada menos que frente al Cementerio.
     La única luz solitaria que iluminaba la vereda desde dos metros de altura se había apagado semanas antes. Todo el lugar estaba sumido en sombras que eran débilmente iluminadas por los relámpagos.
     El Cementerio cerraba sus puertas a las 6 de la tarde. Para su fortuna, no era un portón de hierro con filigranas de metal mostrando murciélagos o gárgolas como en las viejas películas de terror. En el caso del cementerio hubiera sido de mal gusto. Aún así; pasar frente al Cementerio en completa oscuridad le daba un miedo casi aterrador. ¡Y pensar que era amigo de Juan Manuel, nada menos que el cuidador del lugar!
      - ¿Cómo podes trabajar en un lugar así? - le había preguntado una noche en el bar del Gallego, donde se daban cita cada tanto para hablar "cosas de hombres".
      - Si te acostumbras... es un trabajo como cualquier otro - le respondió mientras encendía un cigarrillo.
      - Yo no me acostumbraría nunca... ¿Nunca escuchaste nada? Voces... aullidos...
      Su amigo dejó el cigarrillo en el borde de la mesa del bar y se sirvió un poco de vino. Tomó su vaso lentamente, se limpió los bordes de sus labios con el revés de la mano, siempre mirando las paredes del bar, como si lo hiciera a la distancia.
      - Una vez... sí... fue una vez que escuché voces... - dijo y calló.
      Su amigo que lo miraba firmemente no le quedó otra salida que preguntar.
      - ¿Y? ¿qué pasó?
      - Resultaron ser un par de muchachos... cuando les grité que debían irse... se asustaron más que yo. Después... nada...
      - Igual me hubiera dado un susto enorme.
      - Bueno. Dejemos de hablar del cementerio. Contame que haces en la fábrica.
      - Yo estoy en la limpieza... hay unos pasillo llenos de aserrín. Me paso horas... con los más largos. El único problema es que salimos tarde... ya no hay transporte.
      - Tenés que conseguirte una bicicleta.
      Una bicicleta. No era mal consejo. Con los últimos pesos de la paga quincenal había comprado una bicicleta usada que tenía la "mala costumbre" de salírsele la cadena. igual, era un buen medio de transporte; no tenía que esperar en las paradas muriéndose de frío en el invierno, ni llegar tarde muy tarde al barrio que comenzaba a volverse peligroso. Lo único que no había calculado eran las lluvias de verano, tan torrenciales que convertían cada calle en un río con rápidos por las cuales era imposible transitar sin ser arrastrado.
      Ahora caminaba con la bicicleta al lado esperando llegar a un lugar donde poder arreglar la cadena y continuar. La lluvia se detendría en algún momento y podría volver a su casa, empapado sí, pero seguro. Una estufa a querosén y una silla harían las veces de humilde paraíso para él primero y luego para su ropa.
      Esperaba llegar al frente de una casa decente y pacífica, pero se encontraba frente al cementerio. ¿Eran las historias de miedo que le contaban sus hermanas por las noches las responsables de que se sintiera así?
      Debía sobreponerse. ¿Eran un hombre o qué?
      Pronto pasaría el portón y la siguiente cuadra; el frente del cementerio era de dos cuadras de ancho. Entonces escuchó un grito lejano...


¿Qué habrá pasado? Mañana si Dios así lo quiere... continuará... 

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