Baúl de historias

       Queridos lectores... ¡He vuelto! ¿Creían que iba a abandonarlos? ¡Para nada! Estoy trabajando en una novela, en el lanzamiento de otra y en una campaña para que entre 5 y... más de mis lectores fieles puedan leer la novela gratis... como lo leen completamente: ¡GRATIS!
       Pero por ahora les traigo una nueva historia o mejor dicho... varias... Espero les guste...





     Quisiera comenzar diciendo que éstas historias las encontré en un baúl en el altillo de una gran casa laberíntica, entre cosas viejas y olvidadas, que había escuchado hablar de ellas por el descuido de alguien durante una cena y que se impuso una férrea y sospechosa censura familiar matriarcal al instante, esgrimiendo la idea de que yo, era muy joven para entenderlas. Que me quitaron el sueño de adolescente durante años como parte de mis pesadillas, lo mismo que la puerta cerrada de ésa habitación, a la que solo accedí de adulto. Pero si baúl existe, no posee refuerzos de metal en las esquinas, ni polvo de siglos de olvido, ni doblones de oro con el sello del rey que nunca llegaron a ser contabilizados en el Viejo Mundo, ni una leyenda negra de naufragios de pesados galeones o piratas inclementes a sus espaldas. Si ese baúl existe es solo éste libro y las historias las dejó un humilde servidor, aprendiz de éste oficio, tratando de mitigas la soledad de las tardes de un otoño interminable, como lo hizo Stevenson con las noches y el sueño del hijo de su esposa, que luego con los años, se convertiría en novelista. Aunque debo decir que no todo es ficción bajo el sol, al menos, no completamente... el rey que dijo que cuando los arqueros de su ejército tiraban sus flechas, parecía que una nube tapaba el sol, existió realmente. El reloj de tres tapas, del que nunca mencioné que tenía una larga cadena de oro, pasó por la manos de mi abuelo paterno y de mi padre y el cartel que encontró el policía en la iglesia un día lunes, lo vi con mis propios ojos y existe aún.
     He tenido sueños terriblemente más reales varias veces en mi vida que una partida de gauchos rastreándome mis huellas, y aún me persigue la duda, no tan razonable de que fueran sueños o pesadillas y si el verdadero nombre de ese muchacho arriero era ese u otro, lo mismo que el de su amada o si me hicieron jurar que olvidaría los verdaderos para poder permitirme escribir la historia.
      Quisiera terminar diciendo que aún existen muchas historias para contar tratando de hacer más llevaderas éstas tardes en que no puedo olvidar un rostro querido del que solo sé un nombre, o de los que sé todo, pero no tengo la más mínima información de que pueden estarle sucediendo a la fecha. Tardes en las que me persigue la culpa por lo que debí decir o hacer en ese momento que no se repetirá nunca más, o quizás por lo que hice. Y es que el otoño terminó, pero el invierno tiene la carga de nostalgia aún más pesada...



                                                           La casa alta
1


    Estaba en el medio del monte, aunque era más exacto decir, en medio de la nada que era todo lo que rodeaba a la casa. De ladrillo gastado y sin reboque y alta como las que se construían hace más de 100 años. Alguien con un poco de curiosidad se hubiera preguntado, quine en su sano juicio había construido una casa en medio de la nada, en tiempos tan precarios. Pero aquellos hombres no tenían ni una pizca de curiosidad, ni de rudimentos de historia de la región, solo ganas de cazar.
     La temporada de caza se había abierto por ley hace una semana y los cuatro amigos había conseguido todo lo necesario para hacerse una escapada de la ciudad asfixiante para darse el gusto de "tirar".
     Carlos amaba todo lo que fuera al aire libre, pescar, acampar, la caza de animales salvajes. El living de su casa estaba repleto de fotos enmarcadas o en portarretratos de él, sosteniendo un magnífico ejemplar de dorado en Paso de la Patria, o truchas arco iris en lagos de la sierras de Córdoba, o en el Sur Argentino, trofeos de una docena de clubes de pesca o posando entre jabalíes o decenas y decenas de palomas muertas.   
    A Edmundo en cambio, mucho más que cazar, a él, le gustaba la aventura. Despojarse aunque fuera por un día de su saco y corbata para sentir la brisa en el rostro, el olor a tierra o solo quedarse mirando el horizonte, era lo que más esperaba. Trabajaba 10 horas por día en la oficina de Administración de una empresa solo para financiar, cerrando los ojos, cualquier pequeña "escapada", cualquier excursión al aire libre. Tenía la altura de un gigante y la mirada recelosa, no de un cazador que ve huellas donde nadie ve, sino la de un contador público nacional que desconfía de una firma que falta en una hoja de ruta.
     Jorge y Raúl en cambio, huían uno, de un matrimonio que lo estaba matando y otro de una madre hipocondríaca y súper controladora. Para ellos cualquier razón era buena para huir, sábado o sábado y domingo en el mejor de los casos de ésa casa que más que un hogar, era una pequeña y claustrofóbica celda de castigo.
    Mientras Carlos y Eduardo encarnaban los extremos en cuanto a tipos masculinos, ellos eran personas comunes, solo anhelantes de un momento de paz.


Mañana... Dios mediante... continuará...



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