Muy buenos días queridos lectores! Hoy después de tanto tiempo vuelvo para traerles otro relato para que disfruten. Espero les guste. Recuerden que espero sus comentarios o sugerencias sobre qué género les gustaría que escriba. Y para todos ustedes les tengo una sorpresa... próximamente se viene... algo más... con mejor diseño... ya les voy a estar informando. Dejémonos de tanta cháchara y aquí comienza...
La última ciudad 1.-
Las lágrimas le bañaban el rostro, la emoción le había quitado la voz. El indio apretó la mano de su hijo y sonrió. Su hijo estaba vivo, salvado de los brazos de la muerte por un hombre blanco y su extraña medicina.
El australiano que estaba de pie junto a la cama del niño, palmeó el hombro del indio alejándose hacia la galería, donde podría disfrutar de un cigarrillo, quizás, el último. Con un gran fastidio comprendió que efectivamente lo era. Había llegado a la selva guatemalteca hacía 3 meses y lo único que había recibido en señal de bienvenida eran picaduras de insectos, calor agobiante y terribles encuentros con serpientes. Ahora tampoco tendría cigarrillos.
La oscuridad comenzaba a retirarse ya dela selva. Allá el grito exótico de un pájaro, un coro de monos respondiéndole desde las sombras moviendo imperceptiblemente alguna copa de un árbol en un mar verde y oscuro. Un paisaje inolvidable para contemplar disfrutando del último cigarrillo.
El indio se había calmado, pero la emoción no lo abandonaría.
Había visto a muchos hombres blancos en su vida, norteamericanos, europeos y hasta chinos. Todos habían venido con un solo propósito: buscar las reliquia de sus antepasados y llevárselas muy lejos, a cambio de dinero o de gloria, pero generalmente de dinero. Un ídolo de piedra podía valer cien mil dólares para un coleccionista, el friso de un templo, un carto de millón.
El indio conocía el dinero de los hombres blancos. Lo había visto cuando niño en el mercado de Chichicatesnago enrollado y verde como una serpiente en las manos de los hombres de grandes sombreros elegantes con trajes de lino. Con un par de ésos papeles se podía comprar casi todo, un kilo de mamey y hasta un huipil de hermosos colores para lucirlo un domingo en la plaza.
Lejos de estar fascinado por el poder de esos papeles verdes, se había preguntado si dejando cientos de ellos, tanto como para igualar la estatura de un volcán, dejándolos solos en medio de la selva, al otro día, se podía encontrar en su lugar, un ídolo igual al que había sido arrancado de los templos sagrados para sumarse a la colección privada de un hombre europeo. Y con él, con su mente de niño, que solo había conocido su aldea sin nombre hasta los 11 años, se había respondido que no. Ninguna cantidad, ni siquiera una montaña de esos billetes podía reemplazar a ninguna de ésas reliquias labradas por hombres cuyas manos habían sido guiadas por los sabios sacerdotes o quizás por los mismos dioses.
Ese hombre había llegado buscando la Última ciudad, un mítico lugar perdido en la selva y que algunos habían creído encontrar en Uxmal o en Chichen Itza, un lugar que ningún explorador creía que existiera.
¿Qué les parece la historia? Mañana si Dios así lo quiere... continuará...
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