La única carrera 3.-
- Llegamos - dijo apagando el motor - Sabe - dijo sonriendo - No se ofenda, pero vestida así, está muy elegante pero, parece, discúlpeme de nuevo, la sospechosa de una vieja película y eso de salir a dar un paseo...
- No supo que decir - dijo ella con una sonrisa oculta tras el tul negro.
- Sí es verdad, ¿cómo lo supo?
- Casualidad, ¿sabe Sr. Ramos?, yo conocí éste pasero en los cuarenta, era el lugar mas fino y elegante, aún más fino que los cafés, o el hipódromo. Aquí un muchacho, me besó por primera vez.
- Eso le pasó a muchas chicas.
- Yo solo que quedé con ése beso.
- El muchacho seguramente era un niño mimado y solo quiso... disculpe, si me pasé de la raya, los hijos de los estancieros e industriales hacían eso casi siempre, aunque fuera con...
- ¿Con niñas ricas?
Ramos guardó silencio.
- Sí Sr. Ramos, yo era rica, pero el muchacho no, el muchacho era dependiente de una tienda. Yo compraba todos los días allí al salir del colegio. Le decía que yo, solo me quedé con un beso, porque mi familia era rica y vio muy mal, que una señorita de mi posición acompañara a un inmigrante a un paseo como la Terraza. Lo sabían desde hacía tiempo, pero ése episodio fue el detonante. Aprovechando un largo fin de semana nos fuimos todos, sirvientes, toda la familia a la capital y de allí a Centro América. Primero creí que era solo un gesto egoísta y cruel de mi padre, un alemán más familiarizado con la disciplina militar del Liceo que con la ternura pero después comprendí eso.
Éramos ricos, sí, pero yo era bonita y tonta, no pude ver que mi padre me usó para que fuéramos más ricos. Después de mi casamiento con el hijo de un industrial francés, él pudo hacer nuevos y espectaculares negocios. No le importó si yo fui feliz, si fui amada o traicionada con cada sirvienta nueva de la casa, si me creyeron tonta e inútil por solo ser mujer, o si conocí todos los hoteles del mundo, pero nunca un hogar. El muchacho, el del beso, había gastado 5 años de sus ahorros, en un automóvil de carreras para impresionarme y lo perdí, él, él se quedó aquí.
- No... no puedes ser tú ¿Paulina? ¿Paulina Von Clisterhook?
- Sí, lo soy, mi esposo murió hace cuatro años en un accidente que casi se llevó mi pierna y comprendí que era libre. Me costó deshacerme de sus empresas. Ser rico puede ser una jaula Guillermo, una jaula de oro, pero jaula al fin. Te busqué, te cambiaste de barrio 4 veces.
- Entones alquilaba...
- Luego en el periódico vi el aviso: "PARTICULAR VENDE a coleccionista un ROLLAND PILLAIN año 22 impecable", un teléfono y tu nombre: Guillermo Ramos, no podría ser otro.
El hombre pasó su mano por su cabeza una y otra vez. No sabía que decir. Por primera vez, en muchos años, la bandera a cuadros, lo declaraba ganador, como en aquel 1923 cuando un Rolland Pillain ganaba el Gran Premio de San Sebastián.
- Me debes un beso y un abrazo de no sé... ¿50 años?
Ya no tenía el tul, ni la capelina elegante, los años se habían llevado sus bucles, pero su sonrisa estaba allí y sus ojos que no podían reflejar el cielo porque lo tenían con ellos.
- Paulina... Paulina vendo el auto y la casa, para operar a mi nieta, necesito mucho dinero, sigo siendo el mismo pobretón de siempre. Mi hija, la hija de mis esposa, no puede pagar la operación.
- ¿Vender? Vendamos mi casa y mi auto y vivamos juntos. Tu esposa murió, lo averiguó un detective privado para mi. ¿Debo decirte que no has cambiado para que me beses?
- No, claro que no.
Lenta, la tarde de Septiembre caía sobre la ciudad lejana y sobre la Terraza. El sol brillaba en las copas de los árboles y en el metal reluciente de un viejo automóvil triunfador que había ganado una única carrera, la verdadera.
FIN
Espero que les haya gustado, queridos lectores. Mañana si Dios así lo quiere, pondré para su consideración otro texto. Bendiciones para todos.
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