La única carrera                                                      2.-


     - ¿Sra...?
     - Choversau.
     - Sí, Sra. Choversau, es un gusto.
     - El mío también.
     - Sra., éste es el auto, si gira la llave así ¿ve? el motor funciona...
     - Quiero probarlo - dijo con seguridad.
     - Claro, va a ser suyo.
     - ¿Podría llevarme entonces a dar un paseo?
     El hombre pasó su mano por sus cabellos blancos y sonrió. Hacía eso cuando algo le movía su mundo hacia uno y otro lado y no sabía que decir.
     - Claro, suba. ¿Prefiere algún lugar?
     - La Terraza, quiero ver la Terraza.
     - ¿La Terraza?
     - Sí, eso dije.
     La Terraza quedaba al sur de la ciudad, más allá estaba el Paseo de los Enamorados, el pulmón verde olvidado en los otoños e inviernos, acicalado en vísperas electorales.
     Debieron cruzar muchas calles. En los semáforos algunas personas aplaudían; no faltó un turista que gastó las baterías de su flash con ellos.
    Al fin llegaron.
    La Terraza no había tenido la suerte del Paseo. En sus barrancas los salvajes de toda ciudad tiraban sus desperdicios, castillos de muebles viejos, fortalezas de bolsas negras, territorio feudal de ratones y alimañas, eso era el paseo más fino y obligado de los años cuarenta.


     Espero les este gustando la historia del señor Guillermo Ramos, un gran ser humano decidido a sacrificarse por su nieta.Y si Dios así lo quiere mañana... continuará...  



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