La única carrera 2.-
Abrió el portón. La cinco cajas de herramientas y repuestos, el compresor con el que le había dado las diecisiete manos de pintura y él, su inseparable amigo lo estaban esperando. La luz de la tarde se reflejaba en su capot y el tapizado original lo imitaba con destellos bermejos.
Había demasiados recuerdos piloteando el volante, privaciones y ahorros para la compra de repuestos, noches interminables hasta conseguir el ajuste exacto.
Quería verlo otra vez rugir, con sus cuatro carburadores aspirando el aire de la libertad, con ella a su lado sonriendo, perfumando su vida.
¿Y ella? ¿Dónde estaría ella? ¿Sería abuela como él? ¿Sería feliz? ¿Por qué no? Era hermosa, joven, rica. Cualquier hombre se habría enamorado de un ángel así, enamorado y la habría hecho olvidar al joven inmigrante que había gastado todos sus ahorros en un automóvil de carreras solo para impresionarla.
Pero el tiempo había pasado y pasaría ahora. El Rolland Pillain 1922, 1968cc, ciento ochenta caballos por hora finales, valía cerca de un cuarto de millón de dólares para un francés nostálgico y millonario. Su nieta se repondría y juntos vivirían sin problemas, casi para siempre.
- ¡Señor!
Escuchó apenas la voz del muchacho elegante que lo llamaba desde el portón de la calle.
- ¡Señor! Usted es Ramos ¿verdad? ¿Guillermo Ramos?
- Sí, soy yo. No parece francés - dijo con desconfianza.
- No, no lo soy, soy un empleado, un chofer. Mi patrona, la Señora Choversau quiere ver de cerca el auto antes de firmar todos los papeles.
Abrió el pesado candado.
- Que pase, yo sacaré el auto hasta el patio.
Sacó empujando el automóvil y luego cargó el combustible, seguramente el nuevo dueño querría probar, sentir el acelerador a pleno, aunque solo fuera por unos metros. Aunque no, era una mujer rica, y solo se fijaría en algunos detalles y cosas elementales.
- Señor Ramos... - escuchó a sus espaldas.
La mujer estaba vestida muy señorialmente de colores oscuros. Una gran capelina negra con un tul le cubría el rostro, con gran elegancia disimulaba su paso con un bastón. Parecía una actriz escapada de una vieja película de detectives.
Y Dios mediante mañana... continuará...
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